La noticia nos ha recordado inmediatamente a aquella que nos llamó tanto la atención hace casi 10 años. Fue en el mes de septiembre del año 2004, cuando sucedió un hecho insólito en la ciudad de París:
En las excavaciones que se venían llevando a cabo, para mejorar la red del metro, los obreros no dieron crédito cuando en su trabajo de perforación encontraron todo un auditorio clandestino bajo el subsuelo de la gran urbe francesa. Avisada del extraño descubrimiento la policía francesa, que entonces se encontraba realizando un ejercicio de entrenamiento en las Catacumbas de París, descendieron por una alcantarilla no muy lejos de Trocadéro, en pleno centro de la urbe, y descubrieron que entre los túneles existía una cámara secreta.
En las excavaciones que se venían llevando a cabo, para mejorar la red del metro, los obreros no dieron crédito cuando en su trabajo de perforación encontraron todo un auditorio clandestino bajo el subsuelo de la gran urbe francesa. Avisada del extraño descubrimiento la policía francesa, que entonces se encontraba realizando un ejercicio de entrenamiento en las Catacumbas de París, descendieron por una alcantarilla no muy lejos de Trocadéro, en pleno centro de la urbe, y descubrieron que entre los túneles existía una cámara secreta.
La estancia, era un pequeño anfiteatro que había sido esculpido en la misma roca de la que estaba hecha toda la galería. Este anómalo recinto oculto bajo las calles de París y hasta ese momento desconocido de todos, salvo de los supuestos "exclusivos socios" de tan extraño "club".
A tenor de lo que se encontró en él, se encontraba en perfecto uso, ya que incluso contenía una cabina de proyección, que lo convertía en un perfecto club "subterráneo" (en todos los sentidos de la palabra).
La sala además de la pantalla de cine incluía un bar e incluso una cocina bien pertrechada de provisiones.. Además, por si fuese poco, también existían líneas telefónicas y de electricidad tendidas desde la superficie.
A tenor de lo que se encontró en él, se encontraba en perfecto uso, ya que incluso contenía una cabina de proyección, que lo convertía en un perfecto club "subterráneo" (en todos los sentidos de la palabra).
La sala además de la pantalla de cine incluía un bar e incluso una cocina bien pertrechada de provisiones.. Además, por si fuese poco, también existían líneas telefónicas y de electricidad tendidas desde la superficie.
En la sala de proyección se encontraron todo tipo de películas, desde piezas clásicas hasta las más modernas.
Cuando horas después la policía regresó para una investigación formal, todo el equipo había desaparecido súbitamente y lo único que encontraron fue una nota en el piso que decía "No traten de encontrarnos".
Cuando horas después la policía regresó para una investigación formal, todo el equipo había desaparecido súbitamente y lo único que encontraron fue una nota en el piso que decía "No traten de encontrarnos".
Más tarde se supo que el lugar había sido creado por los miembros de "La Mexicaine de Perforation", un movimiento artístico francés que buscaba expresar sus ideas por medio de la ocupación ilegal de lugares subterráneos.
Este extraño episodio fue el que nos sugiríó el siguiente reportaje dedicado al polifacético artista estadounidense David Lynch, el cual quien sabe si inspirado tal vez por ese mismo suceso, se ha decidido a crear su propio espacio personal también bajo el subsuelo parisino.
Se trata de un exclusivo club privado que responde al impactante nombre de "Silencio" un nombre muy apropiado para un defensor a ultranza de ,la Meditación Trascendental como es su autor.
SilencioEl lujoso antro de David Lynch
El artista regenta un club subterráneo a 840 euros la entrada anual
La sala de conciertos del bar Silencio de David Lynch. / Alexandre Gurikiger
La lápida que preside la fachada del 142 de la calle de Montmartre de París debió de dejar derrengado al tallador, porque es una de las más prolijas de la ciudad: “Fue en este edificio, que albergaba entonces la redacción del diario L’Aurore, donde, el 12 de enero de 1898, Emile Zola envió a Georges Clemenceau, redactor jefe, su carta al presidente de la República, Felix Faure, demostrando la inocencia de Alfred Dreyfus y proclamando: “La verdad está en marcha y nada la detendrá”. El texto apareció al día siguiente bajo el célebre título Yo acuso.
Más de un siglo después, en el piso principal de este imponente edificio, levantado en 1883 por el arquitecto Ferdinand Bal y soportado por dos cariátides y dos atlantes, símbolos del periodismo y la tipografía, se sigue leyendo la cabecera del diario financiero La France, Journal du Soir, cuya redacción heredaría L’Aurore. Ni siquiera los carteles del supermercado Dia consiguen afear este lugar lleno de historias, al frente del cual fue asesinado el líder socialista francés Jean Jaurès.
Hoy, la leyenda más misteriosa del barrio toma su nombre del local subterráneo situado en el flanco derecho del inmueble. La entrada es un agujero negro rectangular, y no tiene rótulo ni placas, como corresponde a un sitio semisecreto que arrastra desde antes de su apertura, hace ahora casi dos años, un aura de arcano. Se llama Silencio, y es un club nocturno y un centro cultural de culto concebido y diseñado por el cineasta, fotógrafo, pintor y músico estadounidense David Lynch, inspirándose en el perturbador Club Silencio que se veía en su película Mulholland drive.
El conserje que permite (o no) el acceso a Silencio parece salido de Blue velvet. Es negro y fornido, lleva traje negro, zapatos negros, camisa negra y una corbata tan negra como la pintura de la entrada y la luz que se adivina dentro. El iPad que lleva en la mano hace juego con el cordón negro y los soportes plateados que impiden (¿o no?) el paso al visitante.
Son las seis y media de la tarde de un sábado, el verano ha llegado por fin a París y Silencio acaba de abrir. El horario es de seis de la tarde a seis de la mañana, según explica su web, que añade: “Hasta la medianoche el acceso está restringido a los socios y sus invitados, que pueden asistir a conciertos, proyecciones de películas y otras performances”.
La web de Silencio, no hace falta decirlo, es negra y sutil como el silencio, y ofrece sigilosas sugerencias: “Conciertos de artistas en residencia. Estrenos, películas de la semana y retrospectivas”. Y más: “Amplia selección de cócteles originales y únicos, vinos y destilados, comida de picar y degustaciones”.
Ya. ¿Pero cómo se entra? Respuesta de un productor de cine que sale de noche: “Siendo socio, pero es carísimo”. Pinchando el enlace adecuado, aparecen las tarifas. La tarjeta de socio normal cuesta 840 euros —impuestos incluidos— por año, o 70 euros al mes. El abono + (Premium) se pone en 1.620 euros al año, o 135 al mes. Y el reducido*, 420 anuales o 35 mensuales. El * significa que hay que ser menor de 30 años o residente en el extranjero (main residence abroad).
Problema: hacerse pasar por “under 30” es inviable. Así que elegimos “residentes en el extranjero” y rellenamos el formulario. Tras los habituales monsieur / madame, dirección y edad, piden detalles profesionales, ocupación actual y condición intelectual del aspirante: creación, producción o mediación.
Tras pinchar las tres, por si acaso, está hecho. Unos días después llega un correo electrónico. “Estamos encantados de tenerle como socio, bla, bla, bla. Mándenos un email con su RIB (cuenta corriente) y emitiremos su tarjeta”. Tribulaciones, arrepentimiento. ¿420 euros? ¿Se habría hecho Groucho Marx socio de este club? Regreso a la web: contactar con el departamento de prensa. Pasan los días, y no hay respuesta. Nuevo contacto. Silencio.
Así pues, hoy es sábado, brilla el sol, y las cariátides y los atlantes dicen que es el momento de dar la cara ante el portero. El tipo es un encanto, y explica que solo está ahí para comprobar las tarjetas de los socios. “Explique su caso en recepción”.
Bajando 46 escalones, mientras contemplas las paredes negras cubiertas de fotografías en blanco y negro de Paolo Pellegrini, has entrado a Silencio. La recepcionista rubia viste de negro y mira con cara de no entender nada. No, no hay nadie de prensa. Sí, puede hacer una visita, pero está prohibido tomar fotos y vídeos, hay que pedir autorización.
La primera impresión es de oscuridad. La segunda, de elegancia. La tercera, de soledad. No hay un alma en Silencio, salvo cuatro camareros que esperan ociosos la llegada de los socios, y un empleado que saca unas bolas de cristal de unas cajas y las mete en unas vitrinas.
De familia presbiteriana, amante de la meditación trascendental y de la sabiduría budista y gitana, Lynch pasa largas temporadas en París. Se sabe que imprime y expone sus litografías en el estudio-galería del 51 de la calle de Montparnasse, la vieja imprenta Mourlot donde trabajaron Miró, Picasso, Dalí y Barceló. Y él mismo ha dicho que en el proyecto de Silencio, madurado durante dos años, volcó su cosmología vital, artística e iconográfica.
Entrando por el pasillo, a la derecha, hay una salita de lectura. Tiene forma de cueva, y la luz es tan tenue que es casi imposible leer los títulos de los libros de arte y arquitectura apilados en estanterías bajas. Las lamparitas de pie son de estilo déco, las paredes están revestidas con tacos cuadrados de madera en relieve, forrados de pan de oro, y hay espejos por todas partes.
Un poco más adelante está la sala de fumadores, cerrada con unas puertas de cristal. Esta caverna imita a un bosque: palos de madera desde el suelo al techo, tallados, retorcidos y pintados de beis.De algunos surgen unas mesitas redondas para apoyar las copas, y unos ceniceros, también redondos. Hace frío, y el humo se escapa por unas rejillas invisibles.
La tercera cueva es la sala de exposiciones, onda launch; ahí están las bolas de cristal (o mandalas): todas tienen un pequeño objeto brillante dentro. La vitrina más grande es cóncava, o quizá convexa, de manera que si uno se agacha las esferas se convierten en huevos, y si se levanta, en hamburguesas. La muestra se titula Silence is golden (El silencio es oro). Pura esencia lynchiana.
Pasillo adelante está el baño-nirvana: un gran lavabo en forma de paralelepípedo, unos grifos volados imposibles de abrir, y espejos con luces que forman una circunferencia: si uno se mira, la circunferencia se refleja en las pupilas. La magia del Maestro. Los retretes también son negros.
Volviendo, a mano derecha, frente al fumadero forestal, se entra en la zona de baile y en el bar. Las mesas son bajas; los sofás, estilizados y no muy cómodos. Al fondo hay un pequeño escenario como el de Twin Peaks, tapado con unas cortinas que esconden la mesa de sonido: ahí actúan los músicos y los dj’s.
Y por fin, la barra. El barman es joven, guapo y tan alto que casi se da en el techo. En un minuto prepara en la coctelera el mojito de la casa: ron —etiqueta negra—, hierbabuena, pimienta, soda, azúcar líquido y hielo duro —milagro en París—. Cuando termina de agitarlo lo sirve en una copa de Dry Martini, que llena hasta el borde con champán Piper, antes de rociar su obra con un pulverizador de vainilla. La performance vale los 18 euros. Dos bastan para provocar una alegría y un dolor de nuca notables. La chispa se apaga dos horas después. El clavo persiste hasta la mañana siguiente. Y el lunes, nuevo email de Silencio: el plazo para aceptar la membresía * expira el 27 de julio. Qué estrés, Maestro.
David Lynch describe así el proceso creativo de sus obras:
"Preferiría suicidarme a hacer una película en la que yo no tenga la última palabra sobre el resultado final. Yo empecé como pintor, en la escuela de Bellas Artes, pero un día estaba delante de un cuadro y me pareció ver que algo se movía en él. Desde entonces intento combinar sonido e imágenes de la mejor manera posible".
"Hay quien dice que el público no quiere pensar, sino que prefiere que le den las cosas ya masticadas. Eso son chorradas. A la gente le encanta pensar. Todos somos detectives, tenemos capacidad para prestar atención y sacar nuestras propias conclusiones. Y eso es francamente bueno".
"Los sueños verdaderamente importantes son los que tienes cuando estás despierto, ya que cuando duermes no los controlas. A mí me gusta sumergirme en un mundo onírico que yo he construido o descubierto; un mundo que yo elijo".
"A veces me enamoro de una idea e intento convertirla en película, de la misma manera que a un pintor se le ocurren ideas que quiere plasmar en un lienzo. Es una experiencia personal muy grata, y siempre esperas que los demás sientan lo mismo que tú".
"La amnesia se parece de alguna manera a la interpretación: un buen actor renuncia a su propia identidad y se convierte en otra persona. Todo el mundo, incluso yo, tiene ganas de perderse y entrar en un mundo nuevo. El cine te da esa oportunidad".
La vida de David Lynch no es presa de las manías psicóticas de las que hacen gala sus personajes. Tres matrimonios, dos hijos y una profunda fascinación por todo lo que tenga que ver con la meca del cine le convierten en un personaje nada polémico en el extraño universo de Hollywood.” De hecho creo que soy un tipo bastante aburrido. Durante ocho años he almorzado en el mismo sitio, un pequeño local de Los Angeles .”
Lynch es un director que por lo general cuenta historias dramáticas y de suspense con un contenido extremadamente extraño que ha tocado todo tipo de estética o subgénero a la hora de contar sus historias (gore, road-movies, musical, erótico, etc.).
La estética en este pintor-director tiene gran importancia, pero no solo se muestra mediante los colores sino que se hace patente al crear una atmósfera mediante la decoración, el vestuario, maquillaje, la fisonomía de los actores e incluso la música tiene bastante de componente plástico.
Tras pasar por escuelas de arte, en 1965 Lynch y un amigo, Jack Fisk, viajaron a Europa para estudiar con el pintor expresionista Oskar Kokoschka en Salzburgo, Austria. Viajaron a París, y finalmente a Atenas, Grecia, pero regresaron a los Estados Unidos a los 15 días. "No me gustó Europa," asegura. "Pensaba todo el tiempo, aquí es donde voy a pintar. Y no había ningún tipo de inspiración allí para la clase de trabajo que quería hacer. [...] Tenía la intención de quedarme tres años. En cambio, ¡me quedé 15 días! Me acuerdo de estar acostado en un sótano en Atenas con lagartos que trepaban a las paredes, y pensaba en que estaba a 7.000 millas de McDonalds!"
Lynch es un artista que necesita ver su obra en movimiento. Pero sus películas nos esconden algo inquietante. Ese algo se muestra poco a poco a lo largo del film mediante un camino que van recorriendo tanto los personajes como los espectadores. Todo lo bello y tranquilo son máscaras de la realidad y David Lynch las irá desprendiendo una a una. No se quiere dar a entender con esto una visión pesimista de la realidad sino verla en su conjunto. De este modo podremos descubrir los vicios, fobias, misterios y crueldades que contiene la sociedad, en particular la americana.
Las siguientes declaraciones de Lynch describen perfectamente su cosmovisión:
"Las ideas dictan todo, tienes que ser fiel a eso, o estás muerto".
"Me interesa saber que se esconde tras las limpias fachadas, tras los visillos de las casas, explorar los recovecos tortuosos de la existencia. Soy como un detective que destapa lo que los demás ocultan. Y es que este mundo de hoy no es un lugar tan maravilloso como dicen. No es el sueño más brillante".
"Todas mis películas son acerca de mundos extraños, mundos a los que nunca podrías ir a menos que los construyas y los reproduzcas en una película. Eso es lo que verdad me importa de las películas a mí: ir a mundos cada vez más extraños".
"La muerte en mi mente no es una finalidad. Hay un continuo: Es como por la noche, que te vas a dormir y durante el día te despiertas, o cuando te despiertas, y es un nuevo día".
"Hay que estar dispuesto a dejarse llevar por el mundo abstracto. Hay que querer perderse en él. Si no, se tendrá la sensación de frustración".
"El absurdo es lo que más me gusta en la vida. Si ves a un hombre en repetidas ocasiones golpear contra un muro hasta sangrar, después de un tiempo te hacen reír porque se convierte en absurdo".
"Los sueños verdaderamente importantes son los que tienes cuando estás despierto".
"Hay gente a la que le gustan las películas que se entienden y hay gente a la que le gustan las películas que dejan espacio para que el espectador sueñe. A mí me gustan las que permiten soñar. La comprensión intelectual no tiene más importancia que la posibilidad de sumergirse en cada escena separadamente. Me encanta enamorarme de una idea y ver cómo se transforma en cine, qué va haciendo con esa idea el proceso de filmación"
Fuente: http://www.davidlynch.es/
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