Cuadernos de Urania

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domingo, 7 de julio de 2013

Dónde y Cuándo Nacen los Siglos



Rescatamos ahora del olvido un importante texto de la gran astróloga madrileña María Dolores de Páblos (ver: http://egarciaber.blogspot.com.es/2012/01/algunos-textos-y-referencias.html) que fue publicado en los años 80, dentro del "Anuario astrológico  Alfonso X el Sabio" del año 1982  (Editorial Eyras 1982).































Esta publicación estuvo dirigida por la  propia María Dolores acompañada por su hijo, el también célebre astrólogo madrileño José Luís San Miguel de Páblos. Juntos llevaron adelante frutíferos proyectos como la Escuela de Astrología Cultura Astrológica, una pequeña "universidad astrológica" pionera en la enseñanza de la Astrología y un  referente en nuestro país , dirigida a la formación de astrólogos profesionales, y  donde el que suscribe tuvo el privilegio  de iniciarse en el estudio riguroso de la Ciencia de Urania.







  























DÓNDE Y
CUÁNDO NACEN LOS SIGLOS





Por María
Dolores de Pablos








En nuestra civilización occidental, los siglos desde hace bastante tiempo vienen naciendo a
las O horas del día 1 de Enero del año en que comienzan. Pero desde hace poco
me­nos de cien años (concretamente a partir del momento en que se implantó, a
efectos internacionales, el actual sistema de horas standard),los siglos ya
tienen también su meridiano natal, que corresponde a los 180° de long., pues es
allí don­de se inician calendáricamente las fechas. Si con esta long. como base
levantamos un tema para 23° 7’ de lat. Norte (fot. opuesta a la declinación
del Sol ese día), habremos eri­gido el horóscopo del siglo
XX6.





Así pues, la fecha y
hora del nacimiento del siglo
XX es: O horas del 1 de Enero de 1900, a 180° de long. y a 23° de lat.
Norte7.










































Independientemente de esta carta astrológica mundial, para cada país se puede (como es habitual en casos simila­res)
erigir su carta astrológica del siglo, levantándola para
las O (hora oficial) del 1 de Enero de
1900, con las coorde­nadas de la capital de la naci
ón. Como es lógico, antes de la implantación universal del horario standard,
no había en el mundo un meridiano oficial de comienzo de fechas, por lo que no
se podían levantar cartas seculares mundiales, sino sólo las particulares de
cada país. El que ahora sea posible hacerlo demuestra que el mundo en su
conjunto tiene cierta unidad astrológica de destino, de la que antes carecía.





Aceptando como válidas estas cartas universales de los siglos, se plantean
inevitablemente ciertas cuestiones que considero muy interesantes. Seguramente
algunos de voso­tros habréis llegado ya a las conclusiones que resumo en los
siguientes puntos:





1.° La domificación
de la carta mundial del nacimien­to de los dos siglos (XX y
XXI), viene a ser la misma: Ase. en 8° ó 9° de
Libra y M C en 9° de Cáncer.





2.°   Las elongaciones máximas a que pueden estar
Mer­curio y Venus con relación al Sol hacen que se hallen siempre dentro de las
siguientes casas: Mercurio en 3.a8 ó 4.a; Venus en 2.a,
3.a o 5.a, y dentro de los sig­nos inmediatos a
Capricornio (Mercurio en Capri­cornio, en Sagitario y muy raramente en los
primerísimos grados de Acuario; Venus en Capricornio, Sagitario, Acuario o muy
al final de Escorpio).





3.°   Esto presupone cierta uniformidad y
monotonía en los horóscopos de los siglos, en los que el Sol se ha­lla siempre
en 9* de Capricornio, en IC y (según me parece natural) en el Nadir Absoluto.





Como los planetas interiores se mueven
siempre dentro l
ímites bastante cortos, es preciso al
interpretar las cartas seculares estar alerta a cualquier indicio o
peculiaridad que presenten, pues observándolos cuidadosamente (sin descuidar ningún
detalle) se puede llegar a conclusiones valiosísimas. Todo lo relativo a ellos
ha de ser atentamente considerado: su proximidad o alejamiento del Sol, los
aspectos que puedan formar con él o entre ellos, su posición oriental u ¡dental
con relación al Sol, su presencia en el mismo signo por él ocupado o en
otro, la coincidencia de que ambos (Mercurio y Venus) estén en un mismo signo o
en signos di
ferentes,
sus movimientos aparentes (directo, estacionario o retr
ógrado), sus contactos con estrellas, la naturaleza de los signos y
casas que ocupen, los planetas que rijan y los que les rijan a ellos, sus
posibles aspectos con el Ascendente y el Descendente. Esto sin contar los
aspectos que ellos puedan recibir desde distintas procedencias. Pero todo eso
(y algo más que puedo haber olvidado) suministra tal acopio de in­formación que
acabamos convenciéndonos de que la unifor­midad (que parece restar importancia
a esta clase de horós­copos) es una añagaza que sólo puede impresionar a
quienes únicamente tienen de las cosas una visión superficial.





También sería curioso
observar (puesto que se trata de planetas interiores que, por serlo, tienen
fases como la Luna) en qué fase se encuentran en el momento de iniciarse la
mejor y más poderosa, mientras que el arco que los con­duce a la ocultación
tras el Sol es su peor momento, los conduce a la ocultación tras el Sol es su
peor momento.





En este sentido, convendría que (como los antiguos) nos ocupásemos de estudiar la naturaleza de
los ortos y ocasos helíacos, pues hay muchas claves perdidas que sería conve­niente
reencontrar.





El hecho de que en esta clase de temas
(por hallarse el Sol en Capricornio) los dos planetas interiores nunca pue­dan
sobrepasar los l
ímites antes señalados, nos lleva a inte­resantísimas
conclusiones, pues se trata precisamente de dos planetas interiores a la
órbita terrestre, que por serlo re­flejan astrológicamente lo que es el hombre
interno,
tanto en lo mental como en relación con sus estímulos afectivos.
Así, nuestra civilización occidental (lo mismo si observamos la Venus o el
Mercurio reflejados en el tema radical de nuestro siglo, que si echamos un
vistazo a sus posiciones en los ma­pas de los siglos que siguieron a la reforma
gregoriana, o en el siglo inmediato futuro, el
XXI) tiene sus propias caracte­rísticas en cuanto a los móviles internos que
impulsan a la humanidad, y su propia psicología colectiva; y esas directri­ces
anímicas sui generis se hallan precisamente retratadas en las funciones
que en los temas seculares asumen Venus y Mercurio que, al no poder sobrepasar
los límites compren­didos en las casas 3.a y 4.a, para
Mercurio (dentro de Sagita­rio y Capricornio o a lo más al comienzo de
Acuario), o en las casas de la 2.a a la 5.a, para Venus (en
un arco que va de
Escorpio a
Acuario), nos dicen c
ómo ha de ser internamente esta humanidad que
se cultiva y evoluciona teniendo por escenario nuestra civilización de
Occidente.
























Esto es tan importante, a mi juicio,
que induce a reflexio­nar, pues es así como siente y razona nuestro tipo de
hom­bre medio;
es as
í como Occidente, al cual pertenecemos, es­tablece
y condiciona nuestros siglos, en los que nosotros sentimos, razonamos y
vivimos, moviéndonos dentro de los límites que nos son impuestos a fin de
cuentas por las máxi­mas elongaciones de Mercurio y Venus con relación al gra­do
9 de Capricornio, en el cual se halla el Sol cada 1 de
Enero.





Ahora voy a tratar de contestar las
anteriores objecio­nes, considerando los cuatro puntos antes expuestos como
interrogantes. En primer lugar, la uniformidad que he se
ña­lado está plenamente justificada por lo siguiente: las cartas de
nacimiento de los siglos reflejan, sobre todo y por encima de todo, nuestra
civilización occidental (Ase. en Libra: Occi­dente).





Cuando en cierto momento de la
historia, se establecie­ron los sistemas horario y calend
árico hoy en vigor, se esta­ba decretando que el año (y por tanto
también el siglo) co­menzaría en determinado instante del año natural y a deter­minada
hora, y ello presuponía que, de entonces en adelante, los siglos habrían de
nacer con las características astrológi­cas que he señalado.





A partir de entonces se impondría en el mundo la hege­monía de Occidente (Ase. seculares en Libra) y
como con­secuencia, nuestra civilización occidental planetaria.





Si levantamos para los distintos países de Occidente, los mapas del comienzo de los pasados siglos a partir
de la épo­ca en que se implantó el Calendario Gregoriano vigente, ve­mos que
dichos temas se ajustan (con pocas variaciones) a las características señaladas
en los puntos anteriores. Esto ocurre porque nuestro calendario y nuestro
horario lo de­terminan de antemano, pues así se hizo inconscientemente al
elegir los momentos astrológicos que condicionarían en lo sucesivo la más
importante medida de nuestro tiempo histórico: el siglo.





Cuando Occidente se regía por el Viejo Estilo Juliano, el año (aunque se iniciase oficialmente
el 1 de Enero) no co
menzaba con
el Sol en 9
° de Capricornio y, por tanto, los si­glos no
nacían exactamente igual que ahora.





En otras civilizaciones, el año y el día comenzaban en otros momentos, y esto se reflejaba en el
condicionamiento cósmico que hegemonizaba sus más importantes medidas de
tiempo, y que en consecuencia marcaba su propio im­pacto sobre el inicio de sus
grandes períodos cronológicos.





Esas medidas cronológicas propias de cada civilización, se ajustan a patrones calendáricos
y horarios establecidos y aceptados por ella, lo que hace que dichos patrones
tengan -insisto- el condicionante y decisivo valor de una elección
astrológica,
que no por haber sido formulada sin tal propó­sito deja de ser
eficacísima en sus resultados. Así, cada ci­vilización decreta, al
establecer sus patrones horarios y calendáricos, su propio destino, realizando
sin proponér­selo una trascendental elección astrológica.
Porque no es lo
mismo (a efectos de condicionamiento astral) que el día, y por tanto el año y
el siglo, comiencen a las O horas, que lo hagan al amanecer o al anochecer; ni
es igual que el año se inicie en el Equinoccio de Primavera o lo haga en un
Solsti­cio o en otro momento cualquiera. Cada instante ofrece un abanico de
posibilidades particulares que poseen caracterís­ticas propias, capaces de
imprimir su sello a todo lo que co­mienza en él.





Necesitaría la humanidad una dosis de sabiduría mucho mayor de la que hoy posee,
para conocer los mejores momen­tos en que habrían de comenzar a regir sus días,
sus años y sus siglos. Si así fuera, la civilización discurriría por cauces
previstos de antemano y la humanidad decidiría (al menos en líneas generales)
hacia dónde había de encaminarse.





NOTAS


6 La latitud
geogr
áfica (23* 0,7' N)
para la que han sido levantados los mapas mundiales de ambos siglos, responde
el hecho de que, en esa latitud (igual, y de signo opuesto, a la declinación
del Sol el día 1 de enero), el astro rey ocupa, en la medianoche, el Nadir
Absoluto (al quedar en ese instante sobre la vertical del punto antípoda).





7 A pesar de
que oficialmente se considera que los siglos comienzan el a
ño 1 de cada centuria, en la humanidad se
acepta de una manera unánime que cada siglo da principio al iniciarse la centuria
correspondiente. Así, para todo el mundo el siglo xvhi empezó en 1700, el xix en 1800, el xx en 1900, etc.





Esta
aceptaci
ón masiva del inicio de las centurias (en los años cero de cada si­glo) tiene para mí
mucho más peso que el criterio oficial (que establece el año uno) ya que, en el primer caso, habla
la voz del inconsciente colectivo.

































































Publicado por egarciaber en 16:20

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