El 68% de los árabes tiene menos de treinta años, y la mayoría no sabe qué hacer con sus vidas. De ellos ha partido el poderoso impulso de protesta contra los regímenes de sus países
Los jóvenes árabes han dicho basta. Han salido a la calle para decir que se merecen un futuro mejor. Que no tienen la culpa de haber nacido en países en los que la economía crece solo para unos pocos y en los que decir lo que uno piensa supone a veces jugarse la vida. Que ya no tienen miedo de salir a la calle. Porque no tienen tanto que perder. Porque gracias a Internet y a la televisión por satélite han visto que otro mundo sí es posible, pero sobre todo, porque las revueltas de Túnez y Egipto les han enseñado que no están solos. Que se tienen unos a otros. Se han propuesto darle un vuelco a la historia del mundo árabe. En Túnez han acabado con el eterno régimen del presidente Ben Ali. En Egipto, han puesto contra las cuerdas a Hosni Mubarak, un dirigente aferrado al poder desde hace 30 años. En Yemen, el presidente Abdulá Saleh ya dice que no se volverá a presentar a las elecciones. Argelia ha puesto fin a 19 años de ley de emergencia... Dicen los expertos que esto no es más que el principio. El cambio ha llegado y no parece haber marcha atrás.
Sara El Demerdash, una egipcia de 26 años, que trabaja con niños de la calle y todo tipo de proyectos sociales en El Cairo, lo explica con claridad: "Llevamos años sufriendo abuso de poder, corrupción y falta de oportunidades. Poco a poco, nos dimos cuenta de que no íbamos a ninguna parte, de que el futuro no tenía buena pinta. Sabíamos que a la gente la torturan en las comisarías. Luego mataron al chico en Alejandría, y después llegó lo de Túnez, y pensamos que tal vez nosotros también podíamos hacer algo. Así empezó todo".
En los ultramarinos, en las casas, en las oficinas, los árabes pasan estos días pegados a las pantallas de televisión como sucedió durante la guerra de Irak. Sólo que esta vez lo que les absorbe es un relato épico, en el que los héroes son ellos, los jóvenes, los que suman más de la mitad de la sociedad. Sienten que pase lo que pase al final en Egipto, en Yemen, en Siria o en cualquier otro país árabe, ya han ganado. Porque esos jóvenes, los mismos que durante años se han sentido ignorados, menospreciados e infravalorados, han conseguido algo con lo que sus padres ni siquiera soñaban. Han logrado acorralar a dirigentes que se eternizan en el poder y asfixian a sus gobernados en nombre de la seguridad y de la estabilidad de sus países. Se respira orgullo en las calles del mundo árabe, aires de liberación.
La inyección de autoestima colectiva les hace sentir que por primera vez en mucho tiempo no solo tienen presente, sino incluso futuro. Y que ese futuro tal vez esté en sus manos. "Por fin, hemos dejado de esperar sentados a que decidan por nosotros, a que nos dirijan nuestra vida", dice Fadia Handi, una joven jordana de 26 años, que trabaja en el departamento de marketing de una empresa de videojuegos. Es la hora del descanso de media mañana y Handi y sus compañeras, todas a la última, con vaqueros ajustados y playeras, hablan del único tema posible estos días.
Handi: "A la generación de nuestros padres le tocó vivir tiempos muy duros. Han vivido sintiéndose derrotados por las guerras. Nosotros no. No nos sentimos perdedores y no queremos serlo. Sabemos cómo funciona el mundo y eso nos da poder".
Kamel Al Asmar, 26, creador de una página web de intercambio de voluntariado y que hoy pasaba por aquí: "Nuestros padres creían que los líderes son superhéroes, intocables; nosotros no".
Otra compañera, Sama Qatani, de 24 años: "Yo me di cuenta de que los líderes eran mortales el día que vi a Sadam Hussein en la horca. No me lo podía creer, una persona tan poderosa...".
Qatani también rebaja un poco la dosis de optimismo de sus compañeros: "Uf. Todo esto es muy emocionante, los jóvenes árabes nos sentimos muy unidos, pero también tengo miedo. En parte tengo la sensación de que es demasiado bonito como para que salga bien".
Claro que no todos los jóvenes árabes son iguales, y que probablemente un joven de Casablanca tenga poco que ver con uno de Beirut o de Saná. Que no es lo mismo discutir de política a voces en un restaurante palestino, que tener que bajar la voz en uno de Damasco cuando se menciona al presidente. Y que los países del Golfo constituyen sin duda un mundo aparte. Pero tanto los jóvenes de unos países como los de otros viven en Estados que han envejecido mal, con una deficiente legitimidad democrática y una creciente desigualdad. Casi todos se enfrentan al desempleo, a una mayor o menor falta de libertades y al cuasimonopolio de la autoridad por parte de una generación que les cierra el paso.
El 68% de los árabes son como Handi o como Qatani, es decir, tienen menos de 30 años, según las cifras de Naciones Unidas. Y también como la inmensa mayoría de los jóvenes han recibido una educación. Ellas han encontrado trabajo, pero muchos otros no, y esa es precisamente una de las grandes fuentes de frustración juvenil. Tanto, que por ejemplo, el 44% de los tunecinos o el 37% de los marroquíes dicen que emigrarían para siempre si tuvieran la oportunidad, según el estudio Voces de jóvenes árabes elaborado por Gallup para Silatech.
Musa Shtiwi, profesor de sociología de la Universidad de Jordania ofrece su explicación. "Es una combinación explosiva. Los Gobiernos no son democráticos, pero tampoco son capaces de ofrecer bienestar como antes. Ahora cada vez hay más licenciados universitarios, pero las economías de la región no han sido capaces de darles salida laboral. Esto ha creado una enorme bolsa de personas con mucha formación, pero sin trabajo y sin libertades". Un 25% de los jóvenes árabes están desempleados, según el Banco Mundial, desde donde matizan que las cifras son algo engañosas, porque no cuentan a los jóvenes que estudian y que no buscan activamente un empleo.
En esa situación cree que se encontrará bien pronto Assad Thabian, un bloguero libanés de 20 años, que estudia filosofía en la Universidad. "Aquí, para conseguir un trabajo tienes que chuparle el culo al líder de la secta a la que pertenezcas, que son los que reparten el pastel". Él es druso y dice no estar por la labor de ir por ahí pidiendo favores. De momento, compagina sus estudios con algún que otro trabajillo que pilla.
Aún así, Thabian irradia felicidad estos días. Él está en contacto continuo con los movimientos sociales de todo el mundo árabe a través de la Red y cree que lo que empezó en Túnez y se contagió a Egipto es un fenómeno imparable. "No va a ser inmediato, y en algunos sitios tardará porque la represión es muy fuerte, pero cambiarán".
Las cifras del Banco Mundial indican que los jóvenes árabes tardan tres años de media en encontrar un empleo. También calculan que haría falta crear en la región cinco millones de empleos al año para dar salida a los jóvenes. De momento, sólo se crean tres millones anuales. La falta de trabajo retrasa para muchos el matrimonio, ya que no disponen de recursos para el gran acontecimiento que supone una boda en el mundo árabe. Esta semana, un joven funcionario jordano que gana 250 euros al mes, comentaba que por primera vez asistiría a las manifestaciones en contra del Gobierno porque no sabía qué iba a ser de su vida. No sabía cómo iba a ser capaz de pagar la letra de los 5.000 euros que se gastó en su boda el año pasado.
A la falta de oportunidades económicas se añade la escasa participación de los jóvenes en política o en cualquier institución que cuente. En algunos países árabes ni siquiera hay partidos políticos, y cuando los hay, ni ellos ni los opositores suelen representar las aspiraciones de los jóvenes. "El resultado es una alienación total de los jóvenes, que acumulan frustración y desesperanza", añade el profesor Shtiwi.
La desesperanza ha estado alimentada por un cierto sentimiento de incomprensión por parte de los mayores, que no entendían y a veces menospreciaban las horas que pasaban sus hijos enganchados al ordenador. Cuál ha sido su sorpresa al descubrir que el mundo virtual de sus hijos ha ejercido cuando menos de correa de transmisión de las protestas y en muchos casos, de verdadero motor. Es cierto que en la Red no están todos. Que son una (gran) minoría los que tienen acceso a un ordenador y a una conexión a Internet. Pero tal vez sean los suficientes para movilizar al resto, para dar el empujón final. Al fin y al cabo, las revoluciones siempre las empiezan unos pocos.
Para los jóvenes árabes, más que para otros, Internet es la máscara de oxígeno que les permite respirar, y expresarse con la libertad que sus gobernantes y familias les roban. Resulta especialmente cierto en el caso de las mujeres, que se saltan en la Red las restricciones que la cultura tradicional les reserva. Por eso, no es de extrañar que proliferen las blogueras en el mundo árabe. De todas las edades, de todas las tendencias.
Aparte de ser la puerta al mundo exterior, Internet para estos jóvenes es simplemente una de las pocas alternativas de ocio a su alcance. Lo de salir de marcha o el botellón no es algo que se estile en el mundo árabe, y aunque hay ciudades como Beirut, Ramala o incluso Damasco donde florecen los bares y los cafés, los frecuentan la minoría de la minoría. En parte porque su nivel adquisitivo no se lo permite y en parte -de nuevo sobre todo en el caso de las mujeres- porque no está bien visto. Los chicos sí tienen sus cafés, donde se reúnen a fumar la pipa de agua y a beber té. Pero ¿cuántas horas puede pasar un joven desempleado bebiendo té día tras día sin morir de aburrimiento?
Las revueltas de Túnez y Egipto también han cambiado eso, la manera de utilizar Internet. Si antes todo eran fotos de actores, videoclips musicales y si me cae mejor fulanita o menganito, ahora la red social árabe destila política por los cuatro costados. "Muchos jóvenes tenían miedo de hablar de política. Han crecido con unos padres atemorizados que les han aconsejado no meterse en líos, es decir, no implicarse en temas políticos. Ese miedo empieza ahora a diluirse", explica Thameen Kheetan, un jovencísimo reportero de The Jordan Times, dedicado a cubrir grupos sociales y asuntos juveniles. Dice que hasta ahora veían en la tele lo que pasaba en otros países y pensaban que estaba bien, sí, pero que de alguna manera no iba con ellos.
Ahora es distinto, porque es el mundo árabe el que está en juego. "Todos los jóvenes del mundo árabe apoyamos estas revoluciones, por eso los Gobiernos árabes empiezan a hacer reformas y a incluir programas para la juventud en sus agendas", explica una chica siria de 26 años, que teme desvelar su identidad. El régimen sirio ha demostrado hasta ahora escasa tolerancia con la mínima disidencia.
Un creciente número de jóvenes se sienten atraídos por los movimientos islámicos. En ellos encuentran un paraguas espiritual, pero también económico y social. Pero los que se acercan al mundo religioso también pueden sufrir similares procesos de alienación a los del resto de los jóvenes, advierten los expertos. Si no tienen trabajo, ni vías suficientes de expresión o participación social, es poco probable que la observancia religiosa les baste. Ellos también quieren trabajar, comprarse una casa, tener hijos...
El papel de los Hermanos Musulmanes en la revuelta egipcia se ha convertido en un ejemplo a seguir. "Todos los días chateo con mis colegas de Egipto. Allí, los hermanos no tienen libertad de expresión", dice Isra Migdad, una estudiante de la Universidad islámica de Gaza. "En clase, el sheij Khalil nos explica que ahora los jóvenes tenemos el poder y que podemos cambiar la sociedad si queremos", añade esta joven, que va tapada de pies a cabeza.
Ya sean laicos o religiosos, parece poco probable que los jóvenes árabes vayan a ser los mismos D.E. (después de Egipto). Porque al margen del desenlace de las revueltas que se extienden y contagian unas a otras en la región, lo que se ha producido es una verdadera revolución interior en las mentes de los jóvenes y esa, tal vez cueste más reprimirla con tanques y con balas.